domingo, 28 de septiembre de 2014

Nosotras parimos, Nosotras decidimos. 28 de septiembre, día internacional por la despenalización del aborto



Ambas teníamos catorce años. Siempre la admiré [la admiro]. Frentera, “sin pelos en la lengua”, con la fuerza suficiente para ir en contravía de esas imposiciones familiares con las que se pretendía hacer de nosotras “niñas buenas”, “de mostrar”, sexualmente pudorosas y obedientes. A ella ese papel no le quedaba. Como dignas hijas de la clase media [medio venida a menos], se esperaba de nosotras casi lo mismo que de nuestras abuelas, pero un poquito después, con título universitario y menos prole.

No importa cuánto se empeñen nuestras familias en decir lo contrario [con el pasar de los años se les nota menos el empeño]: Estábamos siendo preparadas para ser esposas dignas, que debían pasar por noviazgos provincianos respetables, bajo la supervisión familiar y social. Así las cosas, andaríamos con adolescentes enclenques u hombres solo un poco mayores que nosotras, lo suficientemente adecuados a los ojos de nuestras familias como para asistir a nuestras ridículas fiestas de quince. Ni llegar a pensar en que nuestro gusto se “desviara” de los muchachitos.

Pues bien, ella decidió que ese no era su estilo, así que a los catorce me contó con “pelos y señales” sus primeros encuentros sexuales con uno de esos adolescentes enclenques. No obstante, la “valentía” no compensa la carga de la desinformación, las acuciosas censuras y los contradictorios mensajes cotidianos. No habían pasado tres meses cuando un día me llamó: “Maria, no me llega… ya van veinte días y no me llega”. Yo igual de desinformada y siempre más asustadiza, ni siquiera supe que decirle. 

Por fortuna siempre en "el combo" hay otras con un poco más de información [obtenida a medias], a la que se le da uso cuando no hay más remedio. Ella misma, con mi compañía telefónica, que de poco o nada servía, lo fue resolviendo. Ahora sé que las “pepas” esas carísimas de “cytotec” que nos demandaron varias llamadas ideándonos de dónde sacar para comprarlas, no son otra cosa que misoprostol, uno de los medicamentos de mayor empleo para llevar a cabo interrupciones seguras antes de la semana doce. Estábamos muertas del miedo y la incertidumbre. Le agradezco a su amiga que no se le hubiese ocurrido llevarla a cualquier “runcho” con sillas de heladería de tierra caliente, en el que vaya a saber en manos de quién y cómo se hiciera un legrado, o que quizás se hubiese inventado su propio método. Otra habría sido la historia.

Otra habría sido también la historia si hubiese estado en el porcentaje de complicaciones de las interrupciones con pastillas. ¿A quién le habría preguntado?, ¿a mí?, ¿la habría ayudado su medio informada amiga?, ¿el miedo la habría dejado ir a cualquier centro de salud a terminar lo mal empezado? También el rumbo hubiese sido otro de no haber podido hacerlo. Aquí intervendrá con tono aleccionador algún lector “pues hay muchas que asumen con valentía esa nueva vida y salen adelante”. Las admiro y felicito, este no era el caso y no tenía por qué serlo. Aun hoy, once años después, mi amiga no se imagina madre y nadie tiene por qué asumir lo que no quiere. Estoy segura de que otra sería la historia de esta tierra de estar habitada por seres producto del pleno deseo y la determinación.

Uno no se va a abortar dando brincos sonrientes. Incluso aquella cuya personalidad llegue a coincidir con la actitud estoica que muchos atribuyen a las “pecaminosas irresponsables” que abortamos, se retuerce del cólico que produce el misoprostol, o del dolor físico y la temerosa sensación de estar en quirófano, improvisado o no, haciéndose un legrado. Y ni hablar de la soledad con la que se asumen esos escenarios secretos a mil voces, que solo pasan por nuestros cuerpos de mujeres, por más “acompañadas” que podamos estar.

Historias hay muchas, la que me atrevo a contar es a mil leguas una de las más afortunadas, ¿acaso todas las "peladitas" de 14 años obtienen con facilidad la plata del misoprostol y la información adecuada?, ¿acaso todas lo han hecho con el adolescente enclenque? No, también están las que sobreviven a experiencias de violencia y ultrajo, muchas veces infligidas por machos con sus mismos genes, que lo último que quisieran es asumir una maternidad forzada por esta situación. También están las que después de una determinación planeada y deseosa reciben la noticia de que ese ser que esperan tiene malformaciones incompatibles con la vida extrauterina, o pone en grave riesgo su salud.

También están las que cayeron en el margen de falla de la píldora, la inyección, el DIU, se les rompió el condón o “la cagaron”, como la “cagan” los machos a los que poco "les caen" cuando salen corriendo. Como “la cagan” los hijos sanos del patriarcado que creen que nuestros cuerpos les pertenecen y que frente a su violencia no nos queda más que la “resignación”. Como “la cagan” las familias y la sociedad creyendo que las ganas se matan con refranes pacatos, información a medias y prohibiciones ridículas. Como “la caga” cada funcionario o funcionaria de un servicio de salud que desconoce el significado del término “laico” y las implicaciones de trabajar para un Estado que se supone que lo es.  

A mí lo último que me interesa entrar a cuestionar es el deseo o las creencias de otras mujeres. En otros episodios de mi vida también he estado ahí para amigas, primas y casi hermanas que han decidido continuar con un embarazo. He celebrado la vida deseada o asumida, he acompañado los miedos, los cambios o incluso el dolor… y también la felicidad. Mi postura frente al aborto está lejos de ser una diatriba en contra de la maternidad: es una postura férrea en contra de que nos la impongan, de que nos arrebaten nuestra capacidad de decidir sobre nuestros cuerpos y existencia, de que se nieguen a entender que somos mucho más que máquinas productoras de fetos y niños, proveedoras sempiternas de cuidado y de trabajo mal remunerado o sin pago.

Nunca estaría dispuesta a cuestionar la decisión de aquella que basada en sus creencias se niegue a un procedimiento para interrumpir un embarazo. Tampoco de la que presa del miedo decida darle continuidad. Mucho menos de la que en el camino lo contempló como una opción feliz y viable, sin importar la situación. Me aterra que este mundo exija algo a la que se ve conminada a abortar para no ser despedida de su trabajo. Yo no tengo una religión y no tengo por qué acogerme a las ajenas. Espero entonces que no se cuestionen mis decisiones y que no se limite la posibilidad de otras para decidir y poder hacerlo con una oferta segura y respetuosa. Porque el dilema de la vida no se reduce a si parimos o no, sino a las condiciones que nos da el mundo para vivir con dignidad y disfrute.

Por fortuna nunca he tenido que enfrentarme a una fila o trámites innecesarios en una EPS para autorizar píldoras o cualquier otro método que por demás me genere mareos, jaquecas, cambios en mi cuerpo. Puedo comprar condones a mi antojo y estar en posición de decidir cuándo exijo su uso (o los uso). Si algo me fallara o yo “la cagara”, y así lo decidiera, tendría dónde y cómo abortar de manera segura y “discreta” [aunque la discreción sea lo que menos me importe]. Bastarían unos 400.000 pesos, la compañía de alguna amiga, familiar o pareja y unos días de reposo. Lo que pasa es que en este país no todas tienen ese privilegio.  ¿Cuáles son las vidas que nos importan entonces? Que no nos exija nada un mundo que nos asesina y nos deja morir por el hecho de ser mujeres.


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