domingo, 30 de marzo de 2014

I. la renuncia a la auto-flagelación sistemática (a mis amigas, con las que nos fuimos enseñando a ser y soñar)

No tengo un recuerdo temporal nítido de cuándo me hice feminista, o para ser más precisa, de cuánto tiempo ha pasado desde que decidí hacer de esa palabra un lugar de reflexión vital. Creo que es difícil fijar una especie de "fecha de ingreso", porque pasa mucho tiempo hasta que te percatas de tu adentro feminista: un día ciertos inamovibles empiezan a dejar de serlo, lo que "por naturaleza" te hacía sumisa, callada, obediente, tranquila [o debía hacerte así, aunque no lo fueras] te deja de parecer natural. Después te niegas a que la resignación sea el camino... y ahí empezó todo, no sabes cuándo...

No existe un feminismo, existen muchos: el mío  ha cambiado en la medida en que mastico mis reflexiones, en que estas me dan calma o me indigestan [vaya que por días me indigestan]. Aunque desde el inicio este andar ha estado acompañado de otras, se ha alimentado de tantas otras, desde hace algunos meses esta compañía y reflexividad conjunta me han invadido, para fortuna mía: cada una de ellas sabe a quiénes me refiero. Juntas hemos llegado, entre otras, a esta conclusión: una de las principales ganancias del patriarcado, como sistema, es la de hacer de ti tu peor enemiga.

Esa dificultad de relacionarse con las otras, con tus pares, por esa rivalidad interiorizada, no parte de otra cosa que de la imposibilidad de relacionarse consigo misma. La duda sistemática sobre cada una es el ente constitutivo de esa feminidad [auto] impuesta, de estar tan enfermas de género. No me refiero a ese principio que bien ha acompañado las luchas de tantas mujeres, feministas o no, que les ha permitido estar atentas a todos aquellos obstáculos/trampa que ayudan a mantener el status quo. No. Me refiero a esa que se convierte en verdugo, esa que impide poner límites de protección, tomar decisiones inamovibles de auto-cuidado, porque siempre, de la primera que se supone que hay que dudar, es de una misma. Y es en ese espacio es en el que aparecen peligrosos discursos: porque es válido desconfiar sistemáticamente de todas tus emociones y percepciones, en tanto que históricamente has sido "loca", "histérica", "extremadamente emotiva", pero no te permiten dudar ni por un solo instante de esos impulsos a través de los que les entregas tu vida a otros, a través de los que le delegas tu "bienestar" a la presencia de otros. 

En eso nos la pasamos: delegando a otros y otras el principio del bienestar propio, huyendo de nosotras mismas. Porque para mí la feminidad ha sido la historia de la huida. Huir de sí, de su placer, temer a la soledad y al encuentro consigo misma, dudar de lo que se ha aprendido, del camino andado, de lo que se siente, de lo que se hace y se produce, de la palabra propia. Pero no dudar de supuestas sensaciones "inexplicables", "incontrolables", "irracionales", las versiones de locura admitidas por la sociedad: no te encierran por "estar enamorada sin medida", "dar todo de ti", tener una extraña manía de cuidar sin cuidarse u odiar a la otra. 

Porque la dificultad de esta, como la de otras tantas luchas, es que es de doble vía: contigo y con quienes se resisten a que te salgas de lo establecido. Porque de lo que nos han alienado es de nuestra propia vida, y sabiendo que tantas lo arriesgaron todo por recuperarla, vale la pena luchar. Es aquí donde quisiera emplear las palabras de otras, intentando perfilar una de las tantas definiciones de las que parte mi feminismo [me aprovecho de la cita que otrora usara una buena amiga]:

"Toda mujer que pierde el miedo a cruzar la puerta de otros paraísos sabiendo que para volver a la inevitable tierra de todos hay que ser valiente, es una mujer feminista. Aunque no se considere una militante, aunque no pregone su filiación, es una feminista (...) Aprender a mirar el mundo con generosidad y alegría es un sueño cuya ambición vale la pena. Un sueño y un privilegio que yo asocio mil veces en mi vida diaria a la benéfica aparición de las ideas, los sueños y desafueros del feminismo. Vivimos en un mundo casi siempre más dispuesto a fomentar la desesperanza y el tedio que la paz interior, la serenidad y la precisa pasión por aquello que nos deslumbra. De ahí que me parezca un prodigio haber dado con una teoría dispuesta a cultivar en las mujeres el impulso de abrir los ojos y las manos a la maravilla diaria que puede ser la vida. La vida que se sabe riesgosa y ardua, pero propia" [Ángeles Mastretta. El Cielo de los leones]. 


Y aquí suelto mis amarras

Para perderle el miedo a este nuevo espacio de escritura empiezo por apropiarme de los trozos de inspiración de otras. Citando a Clarice Lispector (mi obsesión literaria por estos días) y su "Soplo de vida", inauguro este  lugar: "Pues también yo suelto mis amarras: mato lo que me perturba, y lo bueno y lo malo me perturban y voy definitivamente al encuentro de un mundo que está dentro de mí, yo que escribo para librarme de la difícil carga de que una persona sea ella misma"