jueves, 22 de mayo de 2014

Conocidas sensaciones...

"Estaba de acuerdo en que hacía algo de calor, y como afuera no hacía demasiado frío, abrí la ventana. Daba al jardín  de atrás y a un bosquecillo, y me quedé de pie un rato escuchando el suave rumor de la lluvia. Tal vez fuera esa la razón, la suave lluvia y el silencio, lo cierto es que ocurrió lo que ocurre de vez en cuando: se te viene encima un gran vacío, es como si la misma falta de sentido de la existencia se te metiera y se extendiera como un inmenso y desnudo paisaje" (El Comodín. Kjell Askildsen)


martes, 20 de mayo de 2014

Un no a la felicidad cómplice

De repente, en ese trozo de Lispector, como otra de las tantas veces en las que me hallo en sus textos, me encuentro con una descripción de eso que nos han enseñado frente al "amor y la felicidad" -"modo mujer"-: Así era aquella calmada mujer de treinta y dos años que nunca hablaba desatinos, como si hubiera vivido siempre. Las relaciones entre ambos eran tan tranquilas. A veces él trataba de humillarla (…) ¿por qué le hacía falta humillarla? No obstante, él sabía muy bien que ella sólo sería de un hombre mientras fuera orgullosa. Pero se había habituado a volverla femenina de ese modo: la humillaba con ternura, y luego ella sonreía ¿sin rencor? Tal vez de todo eso hubieran nacido sus relaciones pacíficas y aquellas conversaciones en voz tranquila que hacían la atmósfera de hogar para el niño (Lazos de Familia. 1960)

Humilladas con ternura, así nos han arrebatado cada esbozo de resistencia, cada parte de nuestros cuerpos e ideas, a cambio de "la felicidad". Ocasionalmente puedes disentir, pero con mesura, que "ser radical" te "afea". Lo mío por años fue la obediencia y la adaptación: garantía de días tranquilos, de noches sin insomnio, de juicios benévolos y sonrisas de aprobación. Que en el pasado queden esos días conformes y "felices", en la medida en que se nos demanda a nosotras serlo -sonrientes, pacientes, atractivas, dispuestas e inteligentes, cuando esto resulte recreativo para el auditorio-.

Si hoy me preguntan qué me evoca la palabra felicidad, podría recordar las láminas de cartilla de primaria en las que la letra M va acompañada de la imagen de "una mamá" [¿mujer?] que hornea pasteles. La palabra felicidad me genera desconfianza, más aún, a sabiendas de que en este país somos tan felices. Me niego a ser feliz si la felicidad es callar y sonreír, "ser buena" para ir al cielo o agradar, dependiendo de la creencia.  Yo estoy contenta a veces, cuando río a carcajadas en tardes de amistades, en mis vacaciones de tierra caliente, en las noches en las que termino a tiempo una tarea, cuando veo una película, cuando "guasapeo" historias cómplices con alguna amiga querida, al leer un buen libro o un cuento inspirador, al despertarme después de una noche de sueño reparador, en el primer sorbo de café por la mañana, cuando consigo silla para un trayecto largo en bus urbano o Transmilenio, los sábados soleados... y ahí no acaba

Después de revisar la lista puedo percatarme de que la sensación no es "tan ocasional", el problema es haber estado ocupada buscando la felicidad, o arañando el recuerdo para comprobar que "sí he sido feliz". La felicidad ha sido la cómplice de buena parte de nuestra inconsciencia, de la repetición de errores, de nuestros apegos y dependencias, de la auto-censura, de la creatividad cotidiana mutilada. Yo no quiero ser feliz, quiero tener muchos instantes de "contentura", mientras también resulto incómoda, incluso cuando me permito estar triste como una posibilidad de permanecer dispuesta y atenta a mi propia vida. Porque la tristeza ocasional también es vía para ser y cambiar, no repetir, permitirse, sanar sin olvido. Porque la tristeza puede resultar tan útil como el insomnio esporádico: "La única noche, dijo alguien, es la del desvelo, la noche pasada en blanco. No se guarda memoria de las noches dormidas" (Héctor Abad Faciolince. Tratado de Culinaria para Mujeres Tristes. 1997).

Y aquí me siento una vez más afín a Lispector, pues la supuesta “infelicidad” me mantiene viva, auto-maleable y reflexiva. Me hace carne el feminismo. Me llevo mejor consigo misma cuando estoy infeliz, hay un encuentro cuando me siento feliz me parece que soy otra. Aunque otra de la misma. Otra extrañamente alegre, radiante, levemente infeliz es más fácil (Clarice Lispector. Soplo de vida. 1978). Es una posibilidad andar por el mundo dejándome sorprender, que cada día traiga lo suyo y me saque una sonrisa o una lágrima, ¡por qué carajos tengo que andar buscando la felicidad si tengo a la casualidad como mi aliada! Bellas las casualidades que están ahí para darnos un soplo de vida