jueves, 3 de abril de 2014

II. De mujeres y rancheras

"Uno es una trayectoria que erra tratando de recoger las migajas de lo que un día fueron nuestras fuerzas, dejadas por allí de la manera más vil, quien sabe en dónde, o recomendadas (y nunca más volver por ellas) a quien no merecía tenerlas. La música es la labor de un espíritu generoso que (con esfuerzo o no) reúne nuestras fuerzas primitivas y nos las ofrece, no para que las recobremos: para dejar constancia de que allí todavía andan, las pobrecitas, y yo les hago falta. Yo soy la fragmentación. La música es cada uno de esos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar" (Viva la música. Andrés Caicedo)

Poco puedo hablar de intérpretes, personajes de la composición, me rajo en "oído musical" (distinción de instrumentos y calidad de su interpretación, seguir una clave o un compás), pero esta definición me conecta sin duda alguna con el tema. Tengo unas cuantas canciones para cada uno de esos que decidí, de manera consciente o no, convertir en hitos de este par y algo más de décadas de las que tengo memoria.

Crecí en cálidas tierras nortesantandereanas, en Sardinata, para ser más precisa. Más de una década allí transcurrió en una casa cerca al centro del pueblo, justo al pie de una cantina. Pasé mis mañanas de domingo y mis tardes de tareas escuchando música "de carrilera", de manera que los corridos y las rancheras de distintos tipos ambientaron mi llegada a la adolescencia. En aquella época me resultaba "vergonzoso" admitir que no solo me había habituado a estas rolas, sino que muchas llegaron a fascinarme.  Por fortuna superé la ridícula y precaria vergüenza, haciéndome más afín a las voces de esas mujeres que interpretaban los temas otrora escuchados en la cantina "de al lado", la mayor de las veces en "voces masculinas". Llenarme de sus tonos roncos, cantando para esos escenarios agrestes, dándole un golpe a la idea de "la buena mujer", me apasionó.

Quisiera hablar entonces de la doña, Chavela Vargas. "Tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos", verso antes escuchado en la voz de José Alfredo Jimenez, ahora tenía otro sentido, movía otra parte de mí: la de la mujer admirada por todas esas que se negaron a la obediencia eterna y la sumisión. Mi admiración nacía en lo que quería ser y [se] me había negado, no solo por tener mala voz: usé buena parte de mi vida siendo una "buena mujer", "estudiosa", "sin dar nada que decir", "bien portada", obediente de las normas, reforzada, entre otras tantas cosas, por toneladas de pop [malo y enamorado] en la adolescencia, esa en la que me daba pena admitir mi gusto por José Alfredito.

Bueno Chavelita, tus canciones son esos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar. Ahora amenizo con tus temas mis tardes y noches de trabajo, esperando que cada canción se convierta en un nuevo pedazo, haga parte de otro fragmento de mi historia, de esa que construyo todos los días esquivando a la buena mujer y dejando llegar a una más afín a mis sueños... entre ranchera y ranchera se me va ambientando la nueva vida

Cómplice, aquí va la otra ;)

https://www.youtube.com/watch?v=wuEO77NZnP4