lunes, 22 de septiembre de 2014

Que cada noche traiga su magia

Una perfecta desconocida escribe una entrada de blog. No piensa mucho en ser leída, apenas si diez personas la siguen. Escribe sobre la felicidad, se niega con obstinación a la condena de buscarla. Llora escribiendo la entrada, la verdad sea dicha, llora mucho por esa época. Porque llueve, porque hace sol, porque odia su trabajo (aunque su trabajo no tenga nada que ver), porque no se siente a gusto, porque quiere salir corriendo, porque es ridículo seguir llorando sin que la causa "valga la pena". Siempre ha llorado, solo que ahora está como crecidita para andar por ahí esperando consuelo. Entonces, aferrada al primer cuento que se le atraviesa en una tarde lacrimosa, recicla un par de párrafos olvidados y echa andar las palabras.

No le queda más remedio. Lo que escribe no tiene sentido. Nada lo tiene. A esa conclusión llegó  gracias a la compañía de otra llorona, también desconocida, con la que salía de clase todas las mañanas, a mojar de lágrimas el "pan de chocolata" del italiano "malacaroso".

Nada más iba a pasar por esa época, la del llanto, del "pan de chocolata", del fallido intento de estudiar inglés a la madrugada. Y ahora no es que pase mucho, solo que por fin entiende que de eso se trata, que la vida es eso que pasa todos los días sin que se le preste mayor cuidado. La misma linda loca llorona le ayudó a masticarlo. Ese lunes compraron boletas para "L'Effet de Serge", una supuesta tragedia de poco diálogo, escenario absurdo, escasos gestos, no más historia que la de un hombre que vive entre una mesa de pin pong y unos pocos muebles, sin mayores alteraciones, esperando la llegada de cada sábado, día en el que prepara y presenta un show para sus amistades "cercanas". Serge entiende que nada va a pasar, entonces vive para ese show, todo él, sin mayor euforia.

Tal como Serge, la perfecta desconocida ama los sábados. Este último decidió caminar por ahí con una de sus locas favoritas, la de la sonrisa bonita, que aquí llamaremos la teatrera. Almuerzo, café, charla, risas. "Hay que seguir escribiendo", le dijo la teatrera, señalando todas las cosas que han ido dejando abandonadas por ahí  [cursos de inglés, blogs, caminatas de mañana].  Con la promesa de ese largo viaje juntas se despiden. No pasó nada ese sábado, que importa si nada pasa cuando se tienen ratos de risa con la hermosa teatrera.

Aún aferrada a su amor por el aire sabatino y sin espantar la desconfianza que le genera la felicidad, la perfecta desconocida se puso cita el domingo con esa feliz clandestina a la que no veía hace más de un año. Una vez más conectaron, como siempre, ¿qué hacen por ahí desparramados como zombies tantos seres con sensaciones de tal afinidad? Bueno, pues esa amiga fue una de las lectoras de la entrada hecha en la época aquella. Alimentada por la contentura puesta allí como modus vivendi, la feliz clandestina tomó fuerzas, se prometió a sí misma retornar al rinconcito de escritura aquel que había abandonado [y que tanto impulsó a la perfecta desconocida a perderle miedo al ejercicio], junto con sus dibujos y las canciones en portugués que tarareaba en las tardes de costura. También salió de uno que otro enredo, pero esa es ya otra historia, mucho más poderosa, tanto como ella.

Por esta noche a la perfecta desconocida se le antoja irse a la cama con una sonrisa. Después de todo, aun tiene cosas por contar de esos meses en los que nada pasaba. Se le burló en su cara a la bestia.





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